Tener suerte o estar preparado: ¿qué es más importante?
¿Qué es la suerte? ¿Si tengo éxito en qué medida se lo debería atribuir a suerte y mi propio esfuerzo?
Séneca, filósofo estoico romano, dijo que “la suerte es cuando la preparación se encuentra con la oportunidad”. Y de acuerdo a esta lógica, podemos entender que no podemos fabricar la suerte, pero sí podemos propiciarla.
Tú y yo podemos incrementar nuestras probabilidades de tener suerte. Y para hacerlo, nos basta conocer los 3 principales ingredientes: preparación, trabajo y comunidad.
#1: Preparación, no únicamente suerte
Un atleta profesional de alto rendimiento haciendo su deporte, un músico en el pináculo de su carrera tocar su instrumento, un científico al borde de realizar un descubrimiento con implicaciones generacionales. Todos tienen algo en común: hacen que su disciplina parezca sencilla.
El talento puede ser importante: da una ventaja al inicio de cualquier carrera. Pero la realidad innegable es que las personas que eventualmente adquieren la cualidad de lograr hacer que su arte parezca sencillo se lo deben a una sola cosa: la práctica.
Tanto el talento como la técnica pasan a segundo plano ante una práctica constante e intencionada.
“Si tuviera que acotar la receta para la genialidad en una oración, sería la siguiente: tener una obsesión desinteresada por algo que realmente importa”, dijo Paul Graham en su ensayo The Bus Ticket Theory of Genius.
Una obsesión, en el mejor sentido de la palabra, es la clave para poder dedicarle energía, esfuerzo, y sobrepasar todos los obstáculos que aparecen al intentar dominar cualquier disciplina.
Por ahí de 2004, cuando tuve mi primer contacto con el internet, se abrió ante mí un mundo de posibilidades, nuevas experiencias, e ideas. Me obsesioné, pero no de manera que pudiera sacar provecho.
Mi obsesión con internet nacía desde las ganas de estar “conectado” en MSN Messenger para poder platicar con mis compañeros de clase. De la emoción y el peligro de descubrir música nueva en LimeWire, Ares o eMule. Esta obsesión no me daba una ventaja competitiva, sino todo lo contrario. Me hacía sentir miserable.
Unos años después, cuando la novedad inicial del internet había pasado, y ya que contaba con un criterio más amplio, encontré una nueva obsesión: programar.
Esta nueva obsesión también me hizo sufrir: varias veces me encontré con lágrimas frente a la computadora por no entender un concepto que en mi mente debería dominar. Pero también me hizo ponerme a trabajar, estudiar, aprender, experimentar y, eventualmente, crearme una carrera profesional.
¿Cuál fue la diferencia? Que la segunda vez, me dediqué a trabajar para poder “domar” mi obsesión. No me quedé en el sentimiento de impotencia y frustración.
Existen obsesiones buenas y malas.
Una obsesión mala es aquella que incita a esperar gratificación inmediata: bajar música, chismorrear con amigos, ver videos de caídas chistosas. Este tipo de obsesiones nos llevan a sentirnos mal con nosotros mismos, a despreciar cada uno de los momentos en los que nos damos cuenta de que fuimos sus víctimas.
Por el contrario, una obsesión buena es aquella que nos inspira a retarnos a nosotros mismos con el fin de elevar nuestras habilidades y consciencia. Una obsesión saludable nos impulsa a hacer algo por materializar nuestros ideales, cimentar nuestros principios, y vivir nuestros valores.
Tener bien clara esta distinción también es clave para comprender si debemos de seguir o resistir nuestros instintos.
#2: Trabajo constante, no coincidencia
Al tener bien calibrada nuestra brújula obsesiva, podemos utilizar esa fuerza sobrenatural que viene de tener un interés desregulado por un tema en particular para ponernos a trabajar.
Es increíble lo mucho que podemos lograr si simplemente lo intentamos.
El interés inicial, con un poco de talento, te hará dar el primer paso. Una obsesión bien atendida te hará seguir intentando.
Contrario a lo que muchas personas pueden pensar, los éxitos no llegan de la noche a la mañana. Todas las historias de éxito repentino tienen un prefacio de años de esfuerzo, dedicación, paciencia y perseverancia.
Kobe Bryant usó su talento para inspirarse, y su implacable ética de trabajo para llegar la cima del mundo de los deportes. Las 8 lecciones de Garry Kasparov para mejorar en el ajedrez se resumen en una sola: práctica.
La sociedad sobrevalora el talento. Cualquier habilidad se puede ejercitar. Pero dedicarle el esfuerzo necesario a hacer el trabajo que te corresponde de manera consistente es donde realmente está el valor. Perseverar para materializar ideas, compartir conocimiento e inspirar a otros, sin importar la reacción del mundo.
Recuerda que “la suerte es cuando la preparación se encuentra con la oportunidad”. Y no hay mejor forma de estar preparado que tener las cicatrices para demostrar que hemos hecho nuestro trabajo.
#3: Comparte tu trabajo, no estás solo
En 2011 yo estaba buscando mi primera posición de tiempo completo en alguna casa de software. Quería integrarme a la comunidad de programadores de mi ciudad porque había algo en mí que me decía que ahí encontraría mi primera gran oportunidad.
Aún recuerdo cuando le dije a mi mamá que quería ir a la oficina de una empresa que no conocía, con un grupo de personas mucho más mayores que yo, a compartir una presentación sobre una tecnología que apenas estaba aprendiendo. Nunca se me va a olvidar su cara de incredulidad mezclada con miedo. Aquella noche, de la cual aún tengo fotos, me paré frente a un grupo de extraños a hablar de desarrollo móvil durante 25 minutos sin pretender otra cosa más que compartir algo que me apasionaba.
Esos 25 minutos, en retrospectiva, han sido los 25 minutos mejor aprovechados de mi vida. Aún al día de hoy, varias de las personas que conocí esa noche están en mi vida. He podido colaborar con algunas de ellas trabajando en proyectos interesantísimos. A otras tengo el gusto de llamarles amigos. Esos 25 minutos definieron, en gran medida, la trayectoria profesional que marcaría por los próximos 10 años, y que me llevarían a viajar por el mundo, dar conferencias, y, finalmente, escribir estas palabras.
Pero esos 25 minutos, donde me expuse a compartir y conectar con otras personas no aparecieron de la nada. Poder crear esos 25 minutos de contenido me tomó 2 años de trabajo.
La pieza final de la ecuación para incrementar las probabilidades de tener suerte es simplemente compartir lo que hacemos: el fruto de nuestra pasión combinada con el esfuerzo y constancia.
Cuando algo nos apasiona se nota. Nuestras pupilas se dilatan, no notamos el paso del tiempo. Creamos una atmósfera de creatividad, honestidad y genuina felicidad. Una órbita se materializa al rededor de nosotros, y ella naturalmente, casi por ley física, comienza a atraer a personas con los mismos intereses, las mismas pasiones, y las mismas ganas de crecer.
Contar con orgullo tus logros, aprendizajes, y hasta tus tropiezos va a atraer mucha más suerte que levantarte todos los días por el lado derecho de la cama.
La receta para tener más suerte
En el mundo del desarrollo de software es común encontrarse con la idea de que no hay valor en la interacción con otras personas. Desde hace unos meses he tenido el privilegio de apoyar a varias personas de esta industria con temas de productividad (agenda tu llamada hoy), y un tema recurrente es la desconexión entre lo que hacemos y nuestros usuarios.
Es demasiado fácil caer en la trampa de creer que nuestro trabajo, ya sea desarrollar software o diseñar materiales de construcción, existe en un vacío.
Todo trabajo, bien o mal hecho, terminará impactando a otras personas.
Bajo esta premisa, podemos deducir que hay dos componentes de cualquier esfuerzo que hagamos: la calidad del resultado, y a quienes impacta, para bien o para mal.
Dicen que la mejor publicidad es la de boca en boca. ¿Qué piensas que sucedería si 1) procuras hacer trabajo excelente, y 2) lo compartes con más personas?
¡Felicidades, qué suerte tienes!